sábado, 11 de octubre de 2008

LAS PEÑAS DEFIENDEN ZARAGOZA


Dulce batalla

Los peñistas rinden homenaje a los defensores al ritmo que marca la charanga.

Ojalá todas las guerras fueran como las de ayer. El pregonero de este año, Guillermo Herrera, ya recordó que hace dos siglos se vivió una gran fiesta en la ciudad. Y razón no le faltaba. Doscientos años después, la federación de peñas quiso recordar este momento por todo lo alto. Pero esta vez las armas eran instrumentos de música y los cañonazos, inofensivos pero cargados de pólvora, los lanzaba el general Palafox. Las peñas rindieron ayer su particular homenaje a los defensores de la ciudad que crearon el lema Ayer, hoy y siempre, a Zaragoza la defiende su gente.

El general Palafox esperaba impaciente junto a su cañón en la plaza de España, convertida ayer en la Puerta del Carmen de antaño, icono de la resistencia, a que el resto de su ejército llegara hasta ese punto para demostrar su fuerza. Por su parte, los soldados rasos del ejército, a partir de ahora peñistas, salían desde las antiguas baterías que defendían la ciudad para homenajear a sus héroes (desde la Batería del Carmen hasta la Batería de la Puerta del Sol pasando, entre otras, por la del Portillo y la de Santa Engracia).

Así, de repente, cuando el reloj marcaba las 20 horas, la ciudad convirtió su caos circulatorio en una bella melodía. Las charangas sonaban con fuerza mientras una marea de peñista irredentos, como hace doscientos años sus antepasados, se lanzaba a defender la calle ante la incomprensión de los conductores que, atónitos, observaban como ni siquiera la autoridad intentaba poner algo de orden dentro del caos.

A lo lejos ya sonaban los primeros cañones lanzados por el general Palafox, quizá para orientar a los suyos. Y entre calles estrechas, serpenteos y mucho ambiente festivo, una buena parte de las peñas entraban, victoriosos, en el Paseo Independencia. En esta ocasión, el resto de habitantes no recibían con vítores al ejército de peñistas pero, sin duda, sí con expectación. Y, entonces, se desató la locura. Las charangas de cada una de las peñas luchaba por hacerse oír más fuerte que la de al lado. El del megáfono, quién sabe quién sería su antepasado ni que papel desempeñaría en Los Sitios, intentaba poner un poco de orden por eso de poner el protocolo pero era una tarea imposible.

Y entre tanto jolgorio y ambiente festivo, lo único que unía a todas las peñas en un solo grito era el disparo del cañón. Si hace doscientos años hubieran tenido tanta pólvora, seguro que no nos ganaba nadie, debían pensar algunos. Entre el follón, se intuía que se estaba interpretando Sitio de Zaragoza. Y, después, a seguir la fiesta en las calles. Con la bota de vino y el pincho de tortilla. Dulce epílogo para una fiesta que comenzó hace doscientos años.


















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